lunes, 9 de febrero de 2009

Traducciones y destrucciones

La cosa más horrenda que leí fue la poética de Aristóteles. La leí, por supuesto, en castellano porque es mi idioma predilecto. Pero un ensayo como ése (que debía esclarecer las mentes) no hacía otra cosa que obnubilarla. La oscuridad estaba en todo el texto: múltiples pronombres, referencias a ningún lugar, y frases como "esto resulta como ya se ha dicho, y, como consecuencia, sucede lo mencionao anteriormente", con lo cual uno perdía todo sentido de ubicación en el texto, y tenía que revisarlo una y otra vez.
En parte esto se debe a la manera en que fue compuesta, muy informal, como clases para los alumnos o algo parecido, pero además la traducción era pésima. Sin citas, sin aclaraciones, sin un orden concreto, librado a la interpretación de un pobre lector como yo. Entendí al final la poética sólo por leer Edipo Rey y otros libros, y no por ese texto infame.
Pero eso me llevó a analizar el poder de las traducciones, y la calidad del artista traductor. Dicen, por ejemplo, que muchas de las traducciones de Aristóteles que se consiguieron en la Edad Media provenían de traducciones al árabe producidas por importantes filósofos árabes (Averroes, avicena) y que gracias a estas traducciones entró en Occidente la influencia del averroísmo latino (importante heregía filosófica medieval que consideraba que lo cierto en Filosofía podía ser falso en Teología y viceversa). Acá podemos ver que lo que leían los monjes no era Aristóteles sino un Aristóteles-Averroes, una fusión de pensamientos.
Otro ejemplo de la importancia de las traducciones es la traducción de Las mil y una noches de Antoine Galland. Él supo deslizar dentro de las noches la historia de Aladino y la lámpara maravillosa y la de Simbad el Marino sin que nadie se diera cuenta. Tardaron mucho tiempo en descubrirlo, y aún hoy se sigue creyendo que todo es un solo libro.
Siguiendo con las traducciones, Derrida realiza la traducción de uno de los términos de la filosofía de Heidegger: destruktion, y genera un término propio, la deconstrucción, que modernizó la filosofía, mostrando cómo los textos filosóficos se reducen a la nada, la literatura es sólo retórica y no hay idea que la sustenta.
Por último, leía hace un par de meses El Proceso de Kafka en castellano (no sé alemán), y me sentía horrorizado al ver la cantidad de errores ortográficos y tipográficos del texto, que perjudicaban la lectura. Lo peor que encontré fueron los puntos fuera de lugar: simplificaban las largas y complejas oraciones pseudobarrocas de Kafka y les cambiaban el sentido radicalmente.
Todo esto me llevó a pensar el porqué de esta aberración. Y todo indica que la respuesta es que con la aparición de los traductores de Google y Word, hemos empezado a creer (como nos quiere hacer creer EEUU) que la traducción es un proceso maquinal de cambio de palabras por las mismas en otro idioma, y no contempla la posibilidad de traducción de las figuras, los sonidos, la destreza poética de los autores originales.
Pero, a no alarmarse. A no añorar viejos tiempos. En los treinta, hubo una serie de traducciones españolas de las comedias griegas que censuraban todo contenido picaresco o erótico de las comedias, poniéndolo directo en griego en el medio de la traducción, o simplemente suprimiendo esas partes.
Ya sea por censura, por rudeza poética, o por intencionales perversiones del texto, no podemos permitir que se deformen (y se parcialicen) los textos.

Yo, por suerte tenía unas traducciones antiguas muy buenas en el Colegio. Pero mientras tanto, leo a Nabokov en inglés.

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