jueves, 21 de octubre de 2010

Sangre podrida

De lo que estamos siendo testigos no es un asesinato: es una infamia. Es nunca poder aprender de nuestros errores y seguir atrapados en la espiral de nuestra propia sangre podrida que nos acecha desde el pasado. ¿No fue suficiente con los 30000 (imperdonables) desaparecidos? ¿No fue suficiente con la herida marcada en nuestro pecho con la sangre de Kosteki y Santillán? No, no es suficiente, hay que seguir matando chicos, matemos el futuro. Seguimos matando a los chicos buenos, los trabajadores y estudiantes, todo por la mano de la sórdida burocracia impune. El compromiso, la rebelion, las ilusiones parecen imposibles. O somos Cínicos y Ciegos, o estamos destinados a la muerte y al olvido. Yo, como estudiante y virtual compañero de Ferreyra, siento la llaga al rojo vivo. Y duele. Duele saber que el país lo considera a uno un mero desecho despreciable y un objetivo de las balas. Duele saber que no hay futuro, y nosotros no queremos saberlo, no queremos creerlo. Duele el sólo pensar que los políticos se tiran el fardo entre ellos. Los culpables no importan. ¿De qué serviría la justicia sin el compromiso cívico y político de que esto no va a volver a pasar? Los estudiantes, los obreros, los gremialistas, los empresarios, los políticos debemos decir, de una vez por todas nunca, pero nunca más. O el pasado y la sangre y la podredumbre va a volver a caer entre nosotros.